domingo, 18 de septiembre de 2016

Ya debe de ser abril


Hacía mucho sol, era muy tarde, el metro atascado y una hilera de mujeres esperándolo tranquilamente sin entender por qué había tanta gente.

Un largo viaje. Sólo cierra los ojos, hoy es un nuevo día.


Aquellas calles no han cambiado en nada, todo igual de cutre. La gente ya se conoce de vista debido a la costumbre. 

Respira, hace 2 semanas que no lo haces, sólo te tienes que relajar.


El metro llega, se escucha el ruido de la batería, de la voz de Brian Molko, de zapatillas resonando el suelo.

Un viaje de 35 minutos, no hay más que calles sin personas. La voz pasa a bajo, el bajo a guitarra y guitarra a dolor.

Mujeres al llegar a Politécnico se abren camino para despedirse de sus asientos, a paso lento porque el vagón da un frenón.

La multitud se abre bajo las escaleras, y un fresco primaveral se deja sentir desde el suelo.

Una vez más caminar, personas suben calladamente las escaleras  de la salida. Aquí por fortuna no hay olor del tabaco, sólo el sonoro efecto doppler de los carros, la cálida  voz de Brian es consoladora.

Un sol se enciende cada vez más y las frentes de todos empiezan a sudar. Aquí nadie se saluda, nadie pierde el tiempo, el sol quema. El camino seguro, un hogar de bambús y de nogales, es un espacio totalmente residual que poco a poco va tomando forma, la vista de los polis, el exterior, la mirada del domo volcánico del Chiquihuite que observa a decenas de estudiantes limitados a caminar más rápido.

El edificio se aproxima, un guinda te saluda frente a los árboles de adelfa. Aquí no hay jacarandas, sólo la planicie seca y la grava negra.

Y luego el sonido de la fresca cerámica bajo los tacones una vez más. Parece un día normal. Lo era...

¿Dónde era?

Al subir las escaleras se sintió más fresco, era tan alto y abierto, no se sentía calma, sólo palpitaciones. Se abre poco a poco la puerta y una mujer alta, totalmente distraída en pensamientos que no dirige la mirada hacia la puerta, se ve a primera vista, una micra de segundo después 15 personas miran inquisitivamente la puerta y luego está él.

Él, verlo era como leer una obra completa de Flaubert en segundos, su facción no revelaba nada. 


Un cegador mediodía, bajo el sol, él estaba ahí como siempre.


La duda entre el acercamiento o no.

De repente él alza la mirada, y las dudas se disipan. Los pasos más difíciles son cuando los pies actúan sin consentimiento y ya estaban sobre el pasto seco.


-¿No te molesta esté aquí?

-No... pero hace mucho calor, ya me acaloré.


Estaba sonriendo con los dientes blancos más hermosos... Y el mundo ya no era calor, era una ráfaga de sentimientos discontinuos, un golpe al corazón.


¿A quién le sonríes tan descaradamente?


Quiero llorar.



Alza los brazos al cielo, haz la llamada a la ceremonia del sonido del viento.


Mi cabello se enredó, aquellos pliegues de fleco flotaban, el sonido era abrumador. Las alas de los pájaros ascendían. 

Y él estaba ahí, cada vez más cerca, lentamente acercándose.
No te detengas.
Y en medio de la nada se detuvo, con la mirada fija en un sólo punto, mis ojos.


-Hace mucho calor.
-Sí.

Una pausa...

-Pero hay bastante viento y mi cabello está enredado.
-Por eso es bueno que haya viento porque hace mucho calor.



Gracias al viento porque hace calor.

















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